Juramentos y vidas injustas
Los soldados romanos juraban lealtad al emperador poniendo
la palma de la mano derecha en el corazón y llevándola al frente con la palma
hacia abajo. Una interpretación un tanto literal de este acto es que ofrecían
su vida al servicio del emperador. Otra interpretación sería que sintiendo en
el corazón el llamado de la justicia, presentaban su necesidad de poner manos a
la obra para ejecutar tal virtud, y que reconocían en el emperador al que mejor
podía hacer esto. Visto de este modo, el juramento romano da visos de una
característica de la humanidad, es decir, de la necesidad de hacer justicia que
se lleva desde las entrañas. Pues nadie me podrá negar que cuando se ve un acto
injusto el corazón se le sobresalta de tal manera que el cuerpo demanda actuar,
o la voz salir disparada contra el malhechor.
Jurar es, quizá, el cenit en la búsqueda de la justicia.
Pues se reconoce el deseo de ella, aunque todavía no se ha hecho algo por
conseguirla. Una vez que se cumple la promesa no se extingue la luz que nos
impulsó a actuar así, sino que refulge como muestra infinita de lo que ha de
hacerse de ahora en adelante: buscar el mejor modo de actuar, para no ser
injustos. Los juramentos nos llevan a reconocer que anhelamos el bien y que haremos
lo posible por conseguirlo.
“Yo juro”, es una palabra que siempre pesa al que no desea
la justicia o al que se da cuenta de que todavía no sabe cómo actuar para ser
justo. Pero para este último, así como para el que la anhela, es el aliento que
le ayuda a caminar aun cuando se sabe vencido. El juramento, visto así, no se
antepone a la vida, sino que la dirige. Por esto la mano va al frente, pero
llena del deseo que late en el corazón. El ideal va actuar en el mundo.
Jurar es la firme convicción de que llegará el bien, o al
menos lo era, pues desde que las palabras son relativas, los juramentos son
endebles. El bien llegará para unos y para otros no. Las promesas no se
cumplen, por eso el bien jamás llegará, es más, no creemos en él. Tenemos el
razonable temor de abandonarnos a una empresa de la que saldremos vencidos, ya
ni la desesperación por volver a salir al mundo sentimos.
Javel
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