Presentación

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lunes, 11 de julio de 2016

Ídolos modernos

Ídolos modernos
El hombre pagano no tenía al mito como sustituto de la teoría. Era así simplemente porque los paganos que tenían mitos no pensaban en la teoría. Su comparación con la teología es complicada, porque los mitos no son estrictamente una religión como la que requiere de teología; su asimilación con la razón moderna no tiene caso, porque los mitos no son demostraciones metódicas, ni mucho menos hipótesis o juicios universales. Nada impide que haya una segunda ola del paganismo aún con la razón moderna reinante, porque la razón moderna no deja de tener ídolos. Los ídolos sólo fueron destruidos verdaderamente por el cristianismo.
Sonará como una locura. El cristiano es para todos el idólatra máximo. No tengo idea de qué pensaban los paganos de los primeros cristianos, pero me imagino que la persecución encarnizada a la que los sometieron tiene algo que ver con esta cuestión. ¿Cómo creer que está libre de idolatría la doctrina que cree divino a un hombre que inverosímilmente se sacrificó para revivir? El cristianismo debería ubicarse como el culpable del oscurantismo procurado por una idea demasiado alta de lo humano. Ese es el estoque maestro de lo moderno en su confrontación con la religión.
Pero el cristianismo jamás puso en un pedestal al hombre. Tampoco lo ha considerado inmundo. Puede decirse que hay algo en él de la idea del metaxi tis (ser intermedio). El idealismo está mal evaluado porque se tiene de él la misma idea que de la idolatría: amor a  lo excéntrico. Cristo no es un ideal en el sentido moderno. Y es que el hombre moderno, sensato a fuerza de lecciones de tolerancia políticamente correcta, no puede atreverse siquiera a pensar en los ideales como cuestionable. La religión no es un ideal porque la encarnación no enseña que lo aparentemente imposible sucede una vez. Si Cristo derruyó los ídolos con la fuerza que expulsó también los demonios, fue porque sólo después de él lo “ideal” ya no podía seguir siendo llamado ideal. Rescató históricamente a un mundo en decadencia con un sello eterno. Un sello que ninguna observación sobre lo decadente de este mundo moderno puede borrar.

No quisiera que se me confundiera con un optimista cualquiera. La fe cristiana es todo menos optimismo. Esa fuerza destructora de ídolos no requería de la ciencia porque no se enfrentaba a la mitología como un igual. No sé qué mejor prueba pueda darse que el vínculo que la fe estableció, tras años largos y sinuosos, con la razón en la teología. Esa unión, tan señalada por Benedicto XVI, que prescindió del mito sin rebajarlo. No puede ser optimista porque no espera lo mejor de todos los hombres, trata de mostrar que eso ya ocurrió. Por eso el mal no es un motivo de condenación, sino de perdón. No busca el juicio realista de la maldad eterna, pues sabe que eso no tiene fundamento. El mal es una posibilidad ante el Bien. La idolatría del realismo crea los monstruos del ecologismo y la política real. Los nuevos paganos creen que lo excelente puede dirimirse al preferir la ignorancia.


Tacitus

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