Presentación

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miércoles, 4 de enero de 2017

Carta a Clemencia (The middle of the world- Nicholas Britell)

Suponía que mi recuerdo no cambiaría nada y que todo seguiría tan difuso como al comienzo de lo que se pudiera denominar “nuestra historia”. Pensé en el porqué las cosas acababan súbitamente mal cada vez que teníamos la oportunidad de pertenecernos, y sin nostalgia ni enamoramiento tardío, comprendí que estábamos en momentos distantes, viviendo experiencias desiguales.  Estábamos destinados a perecer frente a nuestros sentimientos mutuos, que ahora más que amor o afecto pudiera catalogarlo como añoranza. Pero ¿cómo encasillar estas emociones? Si vivo bajo el sofisma del elefante y frecuentemente mis relaciones se limitan a esa tristeza empática que se tiene ante la soledad de otro que se encuentra dilatado frente a los pantagruelicos abismos de la futilidad y la contemplación humana. Me sorprendí al retirar la vista de mi mismo y me concentré lo más posible en lo que aún recuerdo de su presencia, y traté de encaminar ese recuerdo hacia la mejor de las callejuelas donde mi mente pudiera darle un valor especial que no fuera el de sólo un recuerdo. Distraído, trate de no sucumbir a la tentación de mostrarme egoísta como siempre he sido, y contemplé la lejanía de nuestros pasos; la distancia de nuestras miradas se posó en mi hombro y me hizo dar una leve oteada hacia ningún lado porque no había nada que mirar, ni siquiera una breve semblanza de lo que pudo suponerse como un suspiro. Los poemas flotaban como abanicos tirados en el desierto ante la inutilidad que representa pelear contra lo que es infinito. Mire su fotografía y todo quedó muy claro. La belleza de los días no es lo mismo si no está, pero hay otra candidez en el alba, y respiro con la tranquilidad de que el camino que ha seguido será el correcto. El dolor de la existencia ya no me transforma, y la alegría de la vida aún es una perogrullada a la que dulcemente esquivo. La veré pronto si es posible y le recuerdo con grata ternura. Con una ansiedad distinta que no representa la satisfacción de apetitos frívolos que puedo saciar al escabiar por las madrugadas añorando encuentros inquietantes con un futuro latente que se autodestruye a cada paso que doy en falso; con esa vivacidad ausente pienso en usted. Discurro sobre la oquedad que ha dejado su ausencia sobre el supino cuerpo que me representa en el mundo, y  me desconozco e imagino lo que podrá pensar sobre lo que represento en esta vía, y generalizando, como cualquiera dirá que en la ausencia de mí mismo me limito a huir en las poesías zainas que he regado ante  los pasos de cualquiera que se aproxime lenta y cuidadosamente a mi alma, sin suponer que soy una trampa con piernas que encandila como un faro apagado, que en su mutismo crea una despiadada seguridad sobre la soledad del mar, logrando que ante la inevitable destrucción de su bajel, el visitante de mi isla se corrompa y viva en la entera destrucción fársica a la que lo someto, hasta que sea capaz de elevarse por encima de mí, logrando perpetuarse en mi mente como otro descalabro imprudente y despiadado del que algo tengo que aprender y en el que siempre termino hospedado sin comprender hasta donde llega mi deshumanización. Que bella definición de mí. Pero es la imagen que tengo sobre usted lo que más me inquieta, porque temiendo que usted fuera una mujer peligrosa, me di cuenta de que todo lo que quería era que la quisiera sin embustes ni engaños; que a lo único que le tuve miedo siempre fue a encontrarme con que no era capaz de vivir sin usted, y que unidos sólo lograría acechar, agazapada, la insuficiente vida que siempre he tenido y que recelo como si fuera un gran tesoro, cuando sólo es un cofre lleno de nada, en el que me la paso contando ausencia tras ausencia, anunciando a mí mismo una soledad perenne que terminaría rompiéndome los huesos hasta dejarme en nada, vuelto sólo una polvareda que se aniquila en la pulcritud del viento que se arremolina sobre los cuerpos de todas aquellas que fueran mis amantes y que con mi ausencia resplandecieron como soles empeñados en florecer lejos; ausentes de la sombra de la sombra que siempre he sido. Que vida es esta en la que le auguro lo mejor al mundo, pero me quedo corto cuando pienso en mí. Bella es esta alegría tristona que le regalo a la vida y que no es sólo una carta de amor tirada a la basura; es el testamento de lo que no fui escrito por alguien que ya ni siquiera está aquí.

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