Presentación

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viernes, 30 de junio de 2017

Gracias a ti

Gracias a ti

Caía el sol tan pesado en la espalda y la cabeza de Joaquín, que lo mejor que se podía hacer era refugiarse en las sombras frescas de los árboles o edificios, ya no valía la pena quedarse a ver cómo se mojaban las escuinclas con los enormes chorros de agua fría. Ni su cuerpo excitado se sentía como el calor de fuera, ni el calor de fuera seducía tanto como los pechos humedecidos y tibios. –Quizá bajo el monumento a la revolución esté mejor, se dijo, -pero ahí hay manifestantes, y frunció el ceño de tal manera que más bien parecía que el sol se lo estaba deformando. Le empezó a doler la cabeza, así que decidió ir por unas aspirinas al seven de la esquina. Compró sus pastillas, un refresco y salió rumbo a la calle de Vallarta. El calor en verdad era insoportable. ¿Por qué salí a caminar?, se reprochó en tanto se sentaba frente a la estatua del presidente de la Comisión Mexicana de Trabajadores. ¿Para qué salí?, se volvió a preguntar. Porque no tienes nada que hacer; hoy uno sale por nada y para nada, dijo al fin. Divertirse, trabajar o estudiar ya vienen a ser la misma cosa: inversión de tiempo, habilidades, emociones. No –se detuvo riendo- el derroche es más atractivo, el chiste es vivir por vivir y que todo se acabe. Suspiró aliviado.
Y de buena manera se habría quedado ahí encorvado mirando sus zapatos ir y venir contra la banqueta, si no hubiera sido porque el dolor se calló como si se hubiera dormido. Además una de las muchachas que se refrescaban en las fuentes le sonrió al pasar, y esto fue todo lo que necesitó para seguirla de lejos hasta que ella se detuvo. Ella lo esperaba, lo miró, se sacó la camiseta frente a él para exprimirla, y dejó que a Joaquín se le humedeciera el alma con la vista de su piel blanca, su brasier azul repleto de lunas llenas y sus ojos a medio amanecer. Él sentía como si la línea de agua que se estrellaba contra el piso le perforara los oídos. Ella arqueó la ceja del ojo derecho, lo miró otra vez y se dijo: –Flaquísimo, altísimo, inocentísimo, -y sonrió maliciosamente.
-Oye, -¿Sí? -¿Cómo te llamas? –Joaquín –¿Y vives por aquí? –Sí, por ahí. -¿Y tú? -¿Qué cosa? -¿Cómo te llamas? –Adivina – ¿Fernanda? –No. –¿Dulce? –Tampoco. –No, pues no sé. Me doy. –Me llamo Yaz, y sonrió. –¿Jazmín? –Sí  –¿Y-y-y-y vienes muy seguido? –A veces. Cuando no tengo nada que hacer. –¿Trabajas? –No. –¿Estudias? –Menos. No pasé los exámenes para la UNAM. Así que como quién dice, no tengo nada que hacer. –Entonces vienes diario. –Sonrieron los dos. –Tampoco. Me gusta andar por aquí, por allá. En todas partes me acomodo, menos en la contemplación. No que no sea pacífica, pero no me gusta estar de aburrida en mi casa, pensando y así. No me gusta no hacer nada. –¿Y ahorita a dónde vas? – Yaz subió desenfadadamente ambas cejas al mismo tiempo que subió los hombros como diciendo “no sé a dónde”, “no me importa”. -¿Tú? –No sé.
Y así, sin acordarlo, siguieron caminando. Ella de vez en cuando lo miraba y le sonreía provocativamente. Él se estremecía, pero no por mucho tiempo, porque, según él, ya sabía a qué quería jugar Jazmín, así que también le sonreía inocentemente. Que se confié –se decía.
El calor ya está bajando, ¿verdad?, dijo Joaquín. –Sí, respondió ella arrastrando con sus risueños ojos los labios de Joaquín hasta sus labios, ya está bajando. También arrastró las palabras. –¡Mira!, dijo ella, ya se secó mi ropa. Para demostrárselo, tomó la mano flaca y grande del inocente, y la arrojó como al conejo a mitad de su pecho. También el pantalón, y dejó que le tocara las nalgas. Entonces él la abrazó, y ella no se resistió. La besó tan rápida y ligeramente que parecía no tocarla. La vida se consumía por la vida. Sus sexos se tocaron. Sus respiraciones agitadas revolvíanse cual cenizas. “Como dos estudiantes en celo”, escuchó a lo lejos Joaquín. Cuando por fin terminó, ella le besó la mejilla, mientras al oído le decía –Gracias. –¿De qué?, dijo él sorprendido y aún excitado. –Por nada, sonreía ella irónica. Risa tan hiriente que quebró los ojos de Joaquín.
-Por nada y el derroche, ‘para hacerlo más atractivo’ ¿Recuerdas?, más risas.
Joaquín se puso tan pálido y triste que sintió como si un frío sepulcral le aguijoneara todo el cuerpo. Frunció el ceño y… al fin despertó. Comenzaba a llover. ¡No pasó nada!, se dijo melancólico. Ensimismado caminó hacia el metro mientras la gente corría escapando de la lluvia. Él era el único que disfrutaba de la lluvia.
–Al fin el insoportable sopor de la ciudad comienza a evaporarse, se dijo mientras respiraba aliviado el aroma a tierra húmeda, que aún en la ciudad es refrescante, al menos de principio, porque después todo se vuelve hastío, exceso, derroche. Al llegar al metro, escuchó que alguien gritó “¡Yaz!, no te vayas sola, déjame acompañarte.” La carita angelical de la muchacha se sonrojó, pero sonriendo agradecida dijo, “Gracias”.
Joaquín susurró desde los torniquetes: –No. Gracias a ti.  

Javel

   

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