Presentación

Presentación

viernes, 7 de abril de 2017

Veneno

Veneno
La batalla a veces duraba días enteros, en ocasiones una sola noche. El cazador salía en busca de una presa, la perseguía, la hostigaba, la cortejaba entre la selva de su alma, sin conseguir nada más que un presentimiento de aire entre los dedos. El siervo se ha escapado. Pasan días, semanas, a veces años, y vemos que el cazador se ha puesto a buscar otra presa, de hecho consigue varias, pero no nos engañemos, su olfato de sabueso no lo ha dejado dormir; él sigue buscando rabiosamente a aquella bestia hermosa que se le escapó de las manos. Sin decir nada, ni a él mismo, sus sentidos seguían buscándola; un día la encuentra y sin que ésta se puede resistir, la atrapa. Y recuerda cómo antes se escabullía como serpiente entre las ramas, después de inyectarle su veneno.
El viril cazador se sentía engañado, preñado de esta bestezuela, por eso nunca dejó de rastrearla, para matarla con sus propias manos. Le ofrecía regalos, le pedía por favor que viniera, le mostraba su veneración en templos. Pero cuando por fin la tiene entre sus brazos, la estruja, le pega, la asesina hasta que ella grite y le diga lo que tanto anhela saber el hombre: la verdad. Al fin se siente aliviado el nómada. Come su carne, la comparte entre otros, exhibe su piel, pero pronto ve que su carne no sacia. Vuelve a buscar avecillas; a domesticar a algunos animales en jaulas para cuando necesite comer, sólo extienda las manos. A algunos los domestica para que le sirvan en sus expediciones, en su casa, en su vida, con las mujeres.
El veneno de la primera aún recorre su torrente sanguíneo, pero lucha por no sentir ese ardor, ese escalofrío que le inyectó la primera pregunta. Sale a cazar respuestas más inmediatas, se cubre con pieles más finas. Se olvida de su instinto de matar, de comer, de vivir. Se ha vuelto civilizado este nómada. Pero un día, en un sueño, al ver que sus ideas matan hombres, va y se pregunta “¿esto somos?”, entonces ve con horror que en su alcoba hay una víbora bajo la cama y el veneno vuelve a fluir. Quiere sentir la vida, así que se desnuda, se hace hombre, santo, bestia, guerrero, amante, poeta, asesino, grita rabioso, con una voz casi animal: ¡¿Por qué me has abandonado?!
El cielo retumba, el hombre llora, la verdad aún se nos escapa… ¡Maldita pregunta: maldito animal; maldito veneno: maldito amor de verdad!
Javel



jueves, 6 de abril de 2017

Vistiendo lo absurdo

Perder la realidad es la consecuencia inmediata de quien no se conoce ¿qué quiero decir con tal sentencia? Podrían considerarse estas palabras como pretenciosas o, provenientes de alguien con tal cualidad. Sin embargo, la intención es describir un poco lo que ocurre en el entorno. Explicaré con mayor claridad a lo que quiero llegar. En esta víspera de semana santa en mi localidad se acostumbra representar algunos pasajes bíblicos de lo que fue la vida del Cristo. Tradición que, hasta poco comprendí se trata del resultado de la mayor de las hipocresías. Entre túnicas, vestidos y mantos de colores estridentes y, molestos a la vista, se adornan las calles.
¿A caso no se dan cuenta de lo que hacen? ¿No son conscientes de que vestirse así es meramente ridiculizarse y mofarse de ellos mismos? Y me refiero al ridículo en el sentido en que quienes osan en adoptar tal papel son personas que solamente buscan atraer la atención. Es decir, su mayor preocupación es cuidar de sus vicios. Exponerse como personas rectas y de moral intachable. Dar la impresión de que son dignos de portar tales vestidos y, al hacerlo todos sus actos corruptos son justificados. Creen ciegamente tener la admiración y el reconocimiento de los espectadores. Y por ello, defienden tan arraigada tradición.
La realidad dista mucho de su falsa concepción. Caracterizarse y vestirse de esa manera es una mofa de ellos mismos. Me parece que es preferible que cuiden de sus familias, que se responsabilicen de sus actos y, se preocupen por asuntos más importantes como, su propia salud y la de sus hijos o familiares. Refiriéndome a la salud como aquella exenta de vicios. Pues ya que al descuidar de ella la consecuencia inmediata es perder la realidad, subyaciendo que todo sea corrompido y sin ningún sentido. De manera que esta supuesta tradición se trata de un absurdo, una hipocresía, una falsedad.
Han vestido a su corrupta vida con túnicas estridentes, han perdido el suelo que pisan creyendo que lo que hacen está bien. Y no obstante, osan en definirse como personas doctas y estudiosas: escudándose bajo la cualidad de decir que son universitarios y por ello, hipócritamente gritan que solamente ellos saben y son dignos de “mantener la tradición”.  ¿Cuál tradición, de qué hablan? Esto no se trata de tradición sino de no conocerse, de perder su realidad. Si fuesen lo que tanto predican de sí mismos hicieran algo por esta localidad que se la está cargando el carajo. Realismo, señores, realismo es lo que nos hace falta en lugar de andar payaseando.


lunes, 3 de abril de 2017

Amigos en la palabra

Amigos en la palabra
El silencio de los amigos es incómodo cuando se entiende como desprecio. La hipótesis del desprecio es instrumento de la misología. Un modo de la misología es el ruido, el espejo eterno de nuestros logros y desatinos, el elogio que produce la confusión entre lo justo, lo caritativo y el aplauso. ¿Acaso no es necesario para todos distinguir a sus amigos de los amantes? ¿No esa distinción ayuda a que ambos modos de relacionarse salgan ganando? El silencio comparte la verdad cuando introduce el consuelo para el que las palabras no son útiles, como un modo de la presencia, y cuando es posibilidad de exigirse mayor prudencia y de verla en él, sin negar la posibilidad del diálogo amistoso. Si el silencio no es abandono es porque siempre es precedido o seguido de la palabra y la conversación. Las amistades se laceran lo mismo en el elogio continuo que en las habladurías. Se dice que no cuidar el discurso es un modo de lacerar la amistad, siempre y cuando este cuidado no sea omisión, sino elección de las palabras que se requieren para la ocasión.
La amistad posibilita la mejoría de los amigos, pero no se debe esa posibilidad a la desaparición de la soledad. La compañía, se sabe, no basta para entablar una amistad. No es sólo coincidencia de ideales y gustos, aunque esto sea de lo que se alimente. La amistad es buena aunque no sea virtuosa, y las amistades en que la virtud se mira son mejores al resto. La bondad de la amistad, de la que vive el placer por estar con un amigo, consiste acaso en esa característica de que no se realiza precisamente por elección, pero tampoco por necesidad. No es un fin, a pesar de que ella se dé gracias a que ellos existen en la naturaleza de la acción y la elección; tampoco es un medio, aunque a veces no logremos distinguir la amistad de la utilización. Es algo que depende de la acción, evidentemente, pues nadie tiene amigos si no está dispuesto ir “uno junto al otro”. En la práctica habita, pues no tendría caso que sean capaces de ser confidentes si no intentáramos hacerlos partícipes de nuestros juicios, dudas y deseos.

La mejoría de los amigos no aparece sino en cuanto la amistad permite que el fin de la naturaleza se realice. Dirán que, si existen fines naturales, ellos han de cumplirse con o sin compañía. Eso sucede con la muerte, más no precisamente con la buena vida. La muerte no es un fin, sino el final, el destino de todo lo vivo. La felicidad no es así, porque no es trabajo de las facultades nutritivas o sensibles únicamente. Se puede distinguir el placer de la comida o del roce con algo suave de la buena vida. Los amigos mejoran cuando compartir la mesa muestra en la conversación la convivencia de las mejores cosas. Por eso no basta con reunirse para compartir los alimentos, si el pan no es la palabra por la que se examinan e igualan las vidas de los convidados en las pretensiones de lo que nos mejora. Mejorar no es optimizar el tiempo que hay de los medios al fin, sino en realizar el medio para el mejor fin posible. El mejor fin es lo que nos hace realmente felices. Se puede tener todo lo deseado y no mejorar en absoluto, porque el mejoramiento no vive del placer, aunque sea placentero. Se puede juzgar al placer, sin ser maniqueístas. 


Tacitus

domingo, 2 de abril de 2017

¿Por qué en Los Nombradores Mudos no se dialoga?: Parte I (el infierno son los otros)



El primer error al planear un magnífico día es creer que se va a platicar con frescura e ininterrumpidamente. Si el acompañante es magnífico, se podrá charlar, dialogar con él, llegar a un mutuo descubrimiento de los temas que se saboreen sobre la mesa. Esto, pareciera, no se da repentinamente, pues casi todo de lo que hablamos tiene una previa reflexión, pero el momento del diálogo implica otra reflexión, un mirar lo que ya se vio en otras ocasiones y descubrir que la primera mirada apenas se hizo de soslayo. Pese a que esto suene enternecedor, para algunos nostálgico, en las comunes y constantes conversaciones pululan las palabras aprendidas, siempre presentes, nunca soltadas, a las que nunca se les ha volteado a ver. 

En otras ocasiones he intentado indagar en los presupuestos metafísicos por los cuales las personas siguen mordiendo el hueso sin carne de las afirmaciones populares, mejor conocidas como los clichés, más importante, según me he percatado, es indagar el sentido anímico del porqué no queremos soltar los prejuicios (para quienes ahora se han aprendido nuevos conceptos, pensando que quizá esa sea la manera genuina de reflexionar, si quieren puedo decirles que intentaré indagar en el fenómeno psicológico de los prejuicios). 

Al diálogo se llega con algún estado de ánimo. Los dialogantes son seres con carácter. ¿Qué tanto influye en una conversación el que se esté enojado o se sea irascible? Supongo que lo mismo el que se sea indiferente a dialogar con las otras personas o se les tenga miedo. Quizá el primer problema sea que es más fácil reconocer las actitudes externas que las propias, algo semejante a lo que se hace cuando se viraliza una errónea actitud; el infierno son los otros. Pero extremar la situación no ayuda, pues no se trata de que yo sea el culpable de que no haya diálogo o que los demás sean quienes quieren cortar todas las lenguas. Hay que ver cómo nos afecta el conversar con alguien en concreto en cada conversación. Hay quienes nos mueven las ideas, su presencia nos ayuda a sacar lo mejor de nosotros; el caso contrario es muy común: un gran dialogante puede, por envidia, enojo o nerviosismo, no saber cómo dialogar con otra persona destacada en la reflexión. Si el carácter puede educarse mediante el diálogo de alguna manera es una cuestión importante a considerar, pero que, dada su tremenda complejidad no puedo tratar en un escrito. Lo que sí puedo decir es que para dialogar debemos ver qué carácter conviene manifestar o acostumbrarse a tener; si uno no tiene carácter, no puede dialogar, pues si las ideas no le emocionan a uno y le causan alegría o enojo, el hombre se habrá graduado como individuo y, por lo tanto, como ser infeliz.

En la escritura aplica lo mismo, si el tono es demasiado personal, parece que el lector poco importa, pues lo importante es usar el blog como diario, como Facebook; si es demasiado sombrío, pocos caracteres podrán entender la oscuridad de la nube; si es demasiado indiferente, se cae en el exceso de escribir cosas que sólo le sirven a los de una secta dentro de otra secta o a no escribir; si es demasiado irascible, eso puede llevar a una crítica en tono extremo o a un entripado ininteligible y cerrado a la discusión. Por todo lo anterior, por los autores que hacemos eso en Los Nombradores Mudos, en este blog no se dialoga. 

Fulladosa